La llegada del último ciclista y los lugares comunesLa sociedad de las sospechas

Es habitual escuchar la afirmación de que el lunes después de la semana Santa o de Turismo, luego que ingresa el último ciclista, comienza el año laboral. ¿En qué se sustenta esa afirmación? ¿Cuántos engaños nos autoimponemos para que nos acompañen durante nuestra vida en sociedad?

Según la RAE (Real  Academia Española) un galimatías es, por un lado, un “lenguaje difícil de comprender por la impropiedad de las frases o por la confusión de las ideas” y en una segunda acepción establece que se trata de una “confusión o desorden”. Podríamos decir entonces que es una confusión cuando nos referimos, reiteradamente, a conceptos como el del “último ciclista”. Recuerdo que ese mismo concepto del comienzo del año – paradojalmente coincidente con una bandera a cuadros flameando – fue largamente argumentada por el entonces editorialista, ya fallecido de un informativo central de uno de los canales abiertos de la televisión uruguaya.

Podría decir que discrepo con ese “concepto” en que solemos incurrir en charlas de peluquería, de breves pero interminables viajes en ascensor o en encuentros con amigos y conocidos. Tantas veces un silencio puede ser tan comunicativo o más que frases sin sentido enunciadas por el simple hecho de “romper el silencio”. ¿Con qué necesidad?

Sin embargo el caso de ese “desgraciado” último ciclista, que no sólo carga con el hecho de llegar al final de la caravana, sino que además parece ser el responsable de ordenar a todos los demás que dejen de holgazanear, sin duda es el menos grave de todos esos “lugares comunes”.

El concepto de corrupción

Ya al final de los años de gobierno del Frente Amplio, se instaló, en buena parte de la sociedad uruguaya, el concepto de que los gobiernos de esa fuerza política habían sido corruptos y esa idea se afianzó en distintos sectores socioeconómicos. El fenómeno es sumamente complejo y un análisis profundo excede largamente mis saberes y capacidades, pero me permito hacer una mirada desde el punto de vista de la comunicación.

Evidentemente luego de que se siembra la duda sobre el accionar de una persona o grupo, aunque posteriormente se desmienta ese rumor, esa sospecha, igual permanece un remanente, algo así como un yuyo rebelde que siempre estará allí, al borde del césped amenazando con provocar la desaparición de lo más sano del terreno.

En el caso de los sectores más privilegiados de la sociedad, se cuestionó duramente al gobierno frenteamplista por legislar políticas sociales para los que habían caído en la pobreza y, aun más, en la miseria más absoluta, producto de la falta de atención durante décadas. Seguramente quienes discrepan con esas medidas no tuvieron la posibilidad de ver las condiciones en que cientos de familias apenas lograban sobrevivir. Sin duda que, de haber podido tomar contacto con esas realidades, que trato de no adjetivar, esas personas tendrían otra postura, quiero creer.

Y de alguna forma también un sector asalariado ha sido crítico con esas políticas sociales, algo que podría resultar más difícil de analizar porque fueron los trabajadores los que, en general, recuperaron poder de compra a través de la instalación de los Consejos de Salarios que funcionaron con un régimen tripartito (trabajadores, empresarios y Gobierno) todas las garantías para unos y para otros.

Sin embargo también se escuchaba, en la misma sintonía que la del “último ciclista” que se beneficiaba a “los pichis” una calificación emanada del lenguaje impuesto por sectores militares. En esa calificación de “pichis” quedan englobados las personas que han vivido durante décadas en la pobreza y también los asalariados, rurales y metropolitanos, que pasaron a engrosar los cinturones marginales de pobreza de las ciudades, especialmente de la capital, producto, reitero, de la falta de políticas sociales.

Y ahí el surgimiento de los círculos viciosos. Nos convencemos que esa gente no tiene hábitos de trabajo, aun cuando dediquen más horas que nosotros a hurgar entre los desechos de una sociedad para luego clasificar y malvenderlos a intermediarios que se enriquecen de los desperdicios materiales y de ese grupo de familias condenadas a una vida de millonarias privaciones.

¿Es de extrañar que si una sociedad mantiene esa realidad tenga luego que enfrentar una criminalidad ascendente? ¿Es de extrañar que los grupos narcos recurran a esos cinturones marginales para obtener “mano de obra” para sus negocios?

La inseguridad, otro concepto extendido

Luego se instaló en nuestro país otro “lugar común”: que la política del Ministerio del Interior del gobierno frenteamplista fue desastrosa. Objetivamente fue durante esos tres lustros de la vida del país donde se recuperó la calidad de vida de las y los policías y donde se dotó a esa fuerza de la mayor infraestructura en prendas, armas y cobertura social. No obstante es de esa misma fuerza que emanan las críticas más importantes, tal vez porque entienden que se limitó su capacidad de aplicar la fuerza en acciones que no lo ameritaran.  

¿Es esta entonces una nota para defender a las administraciones pasadas? ¿Se trata de un ataque al actual gobierno? La respuesta es no en ambos casos. No soy alguien capacitado ni autorizado a defender administraciones que, por otra parte no integré; y tampoco tengo las credenciales para criticar técnicamente al gobierno actual. La única intención es, como ciudadano, prestar atención al sustento que tenemos para hacer algunas afirmaciones y recrear conceptos que, posiblemente, no se condicen con la realidad.

La mentira reiterada

El político alemán que ocupó el cargo de ministro para la Ilustración Pública y Propaganda del Tercer Reich entre 1933 y 1945, Paul Joseph Goebbels, fue uno de los  colaboradores más cercanos de Adolf Hitler. Precisamente fue su labor al frente de la propaganda del Partido Nazi, y luego del Tercer Reich, uno de los pilares en los que se asentó la popularidad del nacionalsocialismo. Su técnica al frente de la comunicación de ese régimen se sintetiza en una frase que se le atribuye: “Una mentira repetida mil veces se convierte en verdad”.

“ajustando un destino / De tubo y piñón / La Doble Cerrillos / Con lluvia y caída / De malla de honor”  de ‘El viento en la cara’ de Fernando Cabrera.

El interés de estas líneas es entonces, que antes de contribuir a que una mentira se convierta en “verdad” por el simple hecho de reiterarla, con la única finalidad de “romper el silencio”, disfrutemos del silencio reflexivo. De verdad, ¿alguien que trabaja incansablemente puede estar de acuerdo con que el año empieza con la llegada del último ciclista?

Por otro lado, si seguimos la Agenda a nivel mundial de Naciones Unidas respecto a los Objetivos de Desarrollo Sostenible (2015), que plantea “no dejar a nadie atrás”, ¿no deberíamos entonces dar otro giro a ese viejo dicho? Y utilizarlo para preguntarnos si ¿es una buena opción que una sociedad pueda arrancar dejando a muchos y muchas atrás, rezagados en el camino? ¿Es posible pensar en el desarrollo social o en el bienestar colectivo cuando muchos no van a llegar a un punto de encuentro común?

Y más aún, qué sociedad estamos construyendo cuando no hay lugar para todos y todas? ¿Qué expectativa de bienestar construimos sobre la naturalización de la desigualdad, las brechas y las diferencias extremas en el acceso a una vida digna?

En el ciclismo cada uno de los integrantes de una escudería trabajan en equipo, el que llega primero no lo podría hacer si no es por un esfuerzo colectivo de sus compañeros, que van tirando en punta para que luego el que venía “chupando rueda” pueda emerger gracias a que hay múltiples funciones y que cada una es importante para lograr la victoria. La victoria no es un acto individual, por más que uno sea el que sube al palco, sino que se sostiene en el trabajo de muchos y de muchas. Debemos mirar el éxito y el bien común en nuestra sociedad de la misma forma en que lo vemos en el ciclismo.

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