La fuerza del querer: Déborah Rodríguez, un símbolo del atletismo uruguayo de estos tiempos

Una tarde como cualquier otra estaba en la pista de atletismo –esa que queda en Parque Batlle– saludando a sus pares, con una sonrisa en su rostro y sabedora de que se venía un nuevo Sudamericano, para el que se estaba preparando al máximo.

“Ya me conocen. El día que se compite estoy en mi mundo, concentración total, corriendo una y otra vez en mi cabeza”, contó Déborah Rodríguez a los pocos presentes previo a su partida a Guayaquil, Ecuador, donde volvería a reinar en los 800 metros llanos con un remate avasallante que le dio el oro y que marca a pleno la personalidad con que sale a la pista.

Siempre fue igual, un talento que brilló desde sus inicios y que nunca paró de cosechar logros para Uruguay, con el toque de distinción que ya es moneda corriente: siempre cumple.

Generación 1992, desde temprana edad mostró que llegaba al atletismo para dejar su nombre grabado a fuego. El primer gran espaldarazo llegó en 2008, cuando fue campeona sudamericana en los 400 metros con vallas de la categoría menores. Regalando edad, repetiría un año más tarde en juveniles, ahora en San Pablo.

Ese 2009 tendría otro evento que la llevó a ser referencia de los flashes mediáticos: el Mundial de menores en Bressanonne, Italia. En un sprint final para el mejor de los recuerdos, se quedó con la medalla de bronce en los 400 metros con vallas. “Qué locura, cómo pasa el tiempo”, decía al recordar aquella competencia, el inicio de una seguidilla pocas veces vista y que partió del trabajo, el deseo y la personalidad para superar cualquier obstáculo.

Con 17 años llegó a su primer Sudamericano de mayores, en pleno proceso de desarrollo competitivo, pero desde allí dejó claro que estaba pronta para transformarse en la reina del continente. Eso ocurrió en Buenos Aires, en 2011, cuando se quedó con la medalla de bronce en los 400 metros llanos, primer escalón de una campaña que le permitiría desembarcar en sus primeros Juegos Olímpicos. Londres 2012, la gran cita del deporte mundial reservada para los mejores, y allí estaba ella.

Entre las grandes luminarias logró cumplir su objetivo de batir el récord nacional en los 400 metros con vallas, una prueba en la que representó a la celeste en el Sudamericano de Cartagena de Indias, allá por 2013, para ganar la de plata. Para la cita de Lima 2015, Déborah comenzó su historia de amor con los 800 metros llanos, esos flechazos a primera corrida que perduran en el tiempo y que no dejaría de disfrutar.

Así fue como llegó el primer oro continental, no sólo en dicha prueba, sino que además le agregó la dorada en los 400 metros con vallas, una modalidad que llevará por siempre en su corazón pero que más adelante pasaría a ser parte de su pasado a nivel de alto rendimiento.

La gran despedida fue en los Juegos Panamericanos de Toronto 2015, cuando con un remate propio del deseo de superación, se quedó con la medalla de bronce, otro mojón ineludible en el historial.

A los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro 2016 se clasificó en los 800 metros, una prueba que estaba comenzando a tomar como prioridad, de la que seguía aprendiendo los secretos y acomodado las estructuras para crecer. No fue su mejor performance, es cierto; las críticas arreciaron, propias de aquellos que sólo ven en un número o posición el éxito consumado. Fue un trago amargo que la uruguaya digirió como parte del aprendizaje, para tomar impulso y seguir.

En el Sudamericano de Asunción de 2017 fue bronce en los 800 metros, pero de allí en más nadie la bajaría de lo más alto del podio: fue campeona continental en Lima 2019 y repitió el lunes en Guayaquil 2021. En el ínterin, hay que sumarle que fue medalla de bronce en los Juegos Panamericanos de Lima 2019.

Rematando a su manera, dejando hasta la última gota de sudor, hizo emocionar a todos los celestes presentes en Ecuador, que no sólo la vieron en lo más alto del podio, sino que saben además que eso le valió la clasificación al Mundial de Oregon del año entrante y que prácticamente selló su pasaje a los Juegos Olímpicos de Tokio.

Inquieta pero segura, apostando a la excelencia y superando cuanto muro se le ponga por delante, Déborah Rodríguez no para de demostrar lo muchísimo que representa para el deporte nacional, en el que ya dejó su nombre marcado a fuego en la historia. Y aquellos que todavía no la ven, no disfrutan al verla correr, no reciben todo lo que ella transmite defendiendo esta bandera, tengan claro que están a tiempo, porque hay Déborah para rato.