Productores rurales en un ambiente de “desesperación” y “angustia” por la sequía. Foto: Camilo dos Santos

Foto: Camilo dos Santos

Publicado el 21 de enero de 2023

Escribe Emilio Martínez Muracciole en Sociedad

Al déficit hídrico de los últimos meses, después de tres primaveras secas al hilo, se suman miles de hectáreas afectadas por langostas.

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Leído por Andrés Alba

El campo es una yesca. Falta agua, literalmente. Falta en todo el país. Un mapa del Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria (INIA) sobre disponibilidad de agua en el suelo tiene las mismas tonalidades que uno del Instituto Uruguayo de Meteorología (Inumet) con los diferentes niveles de sequía según la zona del país; en los dos todo el territorio nacional está entre amarillo, naranja y un marrón rojizo. En algunos puntos, por situación extrema, aparecen incluso el marrón oscuro o el fucsia, según cada mapa.

Así luce en la representación. En el suelo, en el campo propiamente dicho, se ven las consecuencias de la falta de agua. Falta en las cañadas y en los tajamares que ya se secaron, y en los que no se han secado todavía. Falta agua en ríos y arroyos. Algunos, cerca de cortarse, conservan la continuidad del curso porque unos hilos aún consiguen pasar, como pueden, entre piedras de cuya existencia, en décadas, nadie supo; es la primera vez que las ven fuera del agua.

La tierra, deshidratada. Los cultivos, en consecuencia, han rendido menos; algunos no sobrevivieron. Las vacas, por el estrés calórico, dan menos leche, y entre las que están preñadas aumenta la posibilidad de que se produzca un aborto. En las huertas no es poco lo que ya se perdió, y se suma lo que se está perdiendo, y en el mismo sentido van las expectativas de cosechar y vender que tenían las familias, que es de lo que viven.

Y todo así, rubro por rubro.

“La situación es cada día más crítica”, dice Lourdes Martínez, productora ganadera, mediana, de la zona de Timote, en el norte del departamento de Florida. Enfatiza en el “cada día”, en el agravamiento del escenario hora a hora, jornada tras jornada. El promedio de precipitaciones anuales ronda los 1.200 mm, pero en 2022 anduvo por la mitad. Incluso algunas lluvias registradas en el último mes, por la evapotranspiración no han alcanzado siquiera a rociar. “La situación es cada día más crítica”, reitera Martínez.

La información que surge desde INIA marca que los contenidos de agua en el suelo son menores al 20% en prácticamente todo el país. Ya cuando rondan el 40%, hasta la vegetación más resistente comienza a ser afectada por el estrés hídrico.

Si bien con el paso de las décadas los productores han ido solucionando los problemas de aguadas, el actual escenario es severo. “Hay muchos pozos que se están secando, principalmente los poco profundos, de poco caudal”, explicó a la diaria la ingeniera agrónoma Fernanda Bove, técnica de Plan Agropecuario en Florida. “También es impresionante cómo se han ido secando tajamares, represas y cañadas”, añadió, subrayando que a la falta de lluvias se suman “las altas temperaturas con presencia de vientos, que secan muchísimo”.